Postal de guerra
Se encienden las luces en el Teatro Del Abasto, Humahuaca 3549, afuera son cerca de las 21 del viernes, aunque en el mundo de Amalfi ya no exista el tiempo. La guerra, ese fantasma que deshace la humanidad del hombre, es el espectro que deambula sobre la sala desde el primer momento.
Ascasubi (Eduardo Leyrado) luego de ver morir a sus compañeros, regresa a su hogar. Allí su cansado porte y su perturbado espíritu derriban el mundo de Carmela (Mariel Rosciano), su mujer, quien lo creía muerto. Ella, tras cinco años de ausencias, retomó su vida junto a Braun (Jorge Albella), un hombre casado.
Ahora, estos tres personajes exponen distintos puntos de vista sobre la tragedia. Toda la acción se desarrolla en el comedor de la casa de la reencontrada pareja. Afuera, un horizonte bélico, de metrallas y bombas crean un clima de asfixia y tensión, llevado al extremo por las evocaciones de los actores.
Es en este marco donde el deseo irrumpe de forma violenta. Con el correr de la obra, las relaciones dentro de este triángulo harán que los participes atraviesen distintos estados de ánimo. Desde la complicidad de ambos hombres hasta el punto de retarse a duelo por Carmela. Ella, se debate entre los enredos de Ascasubi y Braun y la desolación que representa la guerra allá afuera.
En el entramado de este drama se desprende una enseñanza sobre el amor, ese “calor desconocido” que ilumina “las horas simples”, la luz de la felicidad para estos personajes. Los textos están empañados de una nostalgia propia del exilio, de lo que se perdió. La música seleccionada empaña aún más este cristal de añoranzas.
“¿Te acordás de Amalfi?”, rememora Carmela, esa tierra que asoma a los ojos del espectador como un paraíso perdido. Sin embargo, el destino, una vez más, hundirá su puñal antes de tiempo. La promesa de volver llegará con un gusto amargo.
Cerrar los ojos y pensar en Amalfi es, quizá, el remedio para cumplir la promesa del eterno retorno, de continuar la vida luego de la tragedia.
La ausencia de las pequeñas cosas se convierte en la postal de la devastación interior, que termina de dimensionar el horror de los tiempos de guerra.
J.M.C.