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Amalfi, por Kekena Corvalán

Desde el 22 de enero se viene presentando esta pieza, cuyo texto ha ganado distintas distinciones en el 2007 y 2008, que cuenta una historia de tres personajes en tiempos asediados por la violencia de la guerra y la desesperación. Estos personajes conforman un particular triángulo, que hace guiños al cine y la literatura, entre la parodia y el pastiche.

Hablamos de pastiche porque plantea cierta discontinuidad genérica en todo lo que guiña, que refuerza el efecto historicista. Hablamos de historicismo en términos de aquello que alude formalmente a elementos del relato histórico pero que al mezclar tantos hechos y tan diversos concluye en el efecto contrario, la ahistoricidad. Decimos que hay un fuerte mix de registros en un bucle de citas: el realismo poético a lo Arthur Miller, las heroínas de García Lorca, la Odisea homérica, Doña Flor y sus dos maridos y el cine de John Ford (My darling Clementine), entre otros.

Todo ello ambientado con música tan diversa como las Variaciones Goldberg de Bach y el sonido spaghetti western de Ennio Morricone (parodia de parodia).

En este pastiche historicista, en Amalfi no terminamos de saber si esos personajes están viviendo la Guerra de Secesión norteamericana o alguna de las guerras mundiales (la vestimenta de Ascasubi y la de Carmela son pistas para ello) y si el señor Braun no parece salido de las películas de los Hermanos Marx. Con los nombres de los personajes ya tenemos una clara confusión de citas: Ascasubi puede aludir a la gauchesca argentina; Carmela a Ay Carmela, (la película y su protagonista, expresión que se repite dos veces por lo menos) y finalmente Braun que aporta lo suyo desde lo común del apellido hasta la obra de O´Neill, El gran dios Brown. Por su parte, Amalfi es una localidad costera italiana, célebre por el color del mar y lo rotundo de sus playas.

La mezcla es intencional, pensamos, y genera un lugar donde la memoria todo lo puede, especialmente inventar y descansar en ello. De hecho toda la obra se compone de mentiras, muertos vivos, viudas casadas, padres de familia con dos esposas. El engaño, la simulación, son los ejes dramáticos de Amalfi. En este sentido, podemos pensar en la continuidad del tópico del pastiche reforzado por cierto lugar de la memoria como creadora de la historia a partir de la nostalgia. Así, se dibuja una línea de lectura de cierta parte de la producción teatral argentina que liga el pastiche como forma ideal de expresar la nostalgia por algún paraíso perdido.

Frente a esta lectura también contraponemos otra, que complementa esta estimulante pieza, una que puede ligarse al tema de género. Amalfi es una historia de varones, donde ellos juegan sus juegos preferidos. Frente a esto, Carmela, que reconoce ser mujer y estar para fregar pisos, que cuando es necesario se transforma en heroína. Hay un efecto paródico con ese lugar, que triangula entre el viajante de comercio y el soldado yankee, con esa mujer que termina estando un escalón más arriba, inalcanzable, insaciable. Sexualmente reclama, pero le propina un golpe a cada uno de sus amantes en sus genitales cuando la buscan con violencia y se queja al mismo tiempo de no ser amada como corresponde. Perdida en el lenguaje de los hombres, en algún lugar despierta de su sueño y tiene su pequeño reconocimiento trágico, lanzándose en consecuencia a ser solidaria en medio de la guerra y precipitando con las consecuencias de esta acción el final de la obra y rompiendo la dinámica del juego entre sus dos maridos.

Desde la actuación, destacamos muy especialmente el papel de Eduardo Leyrado. El trabajo de Jorge Albella también es interesante, acentuando muy bien la contraposición con el soldado, desde un lugar más caricaturesco. Finalmente Mariel Rosciano compone una heroína frágil por fuera pero de carácter. Los tres trabajos son correctos y logran buena comunicación en escena.

La escenografía es acertada con la propuesta, es más bien parca, nocturna y minimalista características con las que impacta visualmente, quizás porque, ante tanta revolución interior de los personajes y tanta profusión verbal, logra acentuar cierto estado preciso del alma.