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Fuente: Mundo Teatral



Amalfi, metralla para matar la memoria
Por Rómulo Berruti // Cronista

La pieza es un ejercicio dramático interesante, apoyado en el recurso de la metáfora.

Entre los nombres con mayor prestigio en la nueva dramaturgia -a veces más apoyado en el texto impreso que representado- figura Enrique Papatino, quien ya obtuvo buena repercusión con En París en aguacero. Amalfi es segundo Premio Nacional de Dramaturgia 2007 y Premio GETEA 2007, mereció algunos comentarios muy positivos sin haberse estrenado todavía y ahora subió a escena en el Teatro del Abasto con dirección del autor. La pieza es un ejercicio dramático interesante, apoyado en el recurso de la metáfora que hoy es vía regia en ciertas formas teatrales y con valiosa utilización del humor implícito. Carmela, una mujer común, recibe de pronto la visita de su marido que debía estar muerto en el frente de combate. Ascasubi se ha salvado trampeando con su identidad cuando cae su amigo: se queda con sus documentos y pone los propios en el cadáver. De ahí que su presunta viuda en realidad no lo sea. Ascasubi no está muy bien, su mente acusa síndromes de guerra pero ahora pide cosas muy concretas, quiere pollo al horno con papas y hacer el amor con su mujer. Demanda normal en instancias normales pero intempestivas si se trata de una resurrección. Además Carmela, creyéndose libre, tiene un amante que se llama Braun y que a su vez es casado. Malas noticias para Ascasubi, que empeoran cuando Braun llega con idénticos reclamos digestivos y genitales. El trío se vuelve inevitable, porque ni Ascasubi se resigna a hacerse el muerto ni Braun le permite hacerse el vivo. Aunque el soldado tiene armas el nuevo hombre de Carmela no se amilana. En medio de una convivencia forzada pero útil para sobrevivir entre bombas y disparos –como en poema cursi literalmente hacen trizas la luna que brilla en el fondo de la escena- se vislumbra un sendero ilusorio que conduce hacia un paraíso de tarjeta postal, Amalfi. Carmela y Ascasubi han estado alguna vez allí en tiempos felices y añoran ese mundo maravilloso colgado sobre el Adriático. Como la Venecia de Acamme, Amalfi es más un sueño que una geografía, en la nostalgia de un amor que no volverá se agazapa la esperanza de no sucumbir ante el fantasma de la soledad, más temible que la muerte misma. Por eso cuando ambos pierden a la mujer compartida, Ascasubi se aferra a Braun y lo invita a emprender ese viaje. La obra es atractiva, tiene un armado astuto y apunta con buen ojo hacia el complejo mundo de los afectos. De duración muy cauta, no se desgasta en diálogos superfluos. De las interpretaciones la mejor es la de Mariel Rosciano en Carmela, muy certera en las pinceladas de humor absurdo y también inteligente en el equilibro que pide su personaje, el fiel de la balanza entre dos identidades masculinas sólo válidas en función del amor a una mujer. Eduardo Leyrado en Ascasubi consigue un buen trabajo que va de mayor a menor porque, como en la ficción, cuando llega Braun le quita protagonismo. Y ocurre que este es el mejor papel de la obra, un tipo vulgar, un vendedor de carteritas de strass, vestido siempre con el uniforme de la respetabilidad, traje y corbata, custodio de una moral que no practica –tiene mujer y varios hijos- pero muy sólido en la defensa de un bastión, el del hombre mediocre. Jorge Albella lo entendió cabalmente. Amalfi es un buen espectáculo que parece volver del revés el antiguo dicho “más vale solo que mal acompañado”.-